El Síndrome de Alienación Parental -SAP- es una forma de desacreditación sistemática que un progenitor hace contra otro y que afecta fuertemente el buen desarrollo del hijo en común. ¿Cuáles son los principales efectos de esta conducta? Aquí, un análisis.
En los pasillos de consultorios psicológicos se habla sobre SAP -Síndrome de Alienación Parental-. Y, con más razón en estos tiempos cuando los porcentajes de parejas separadas aumentan considerablemente.
Pero, ¿qué es el “SAP”? Es cuando “un progenitor, mediante distintas estrategias, transforma la conciencia de sus hijos con objeto de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos con el otro progenitor, hasta hacerla contradictoria con lo que debería esperarse de su condición amorosa”, comienza a plantear Virginia González, desde la perspectiva de la Psicopedagogía. Y, si bien se lo reconoce bajo el nombre de “síndrome”, éste carece de consenso científico y es rechazado como entidad clínica por la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana de Psicología.
Algunos profesionales lo explican como “un lavado de cerebro” -por parte de uno de los progenitores- que busca obstruir el vínculo que el niño tiene con el otro, a través de acusaciones sistemáticas que terminan grabándose en la mente de los chicos. Esto provoca en ellos no solo la ruptura con uno de sus padres, sino que moldea la forma en que se relacionará en el futuro.
“Los chicos que sufren este tipo de síndrome sienten una especie de odio o rencor injustificado hacia uno de sus padres (el alienado) y por lo tanto, estas construcciones (que no son propias sino que son del padre que ejerce como alienador) tendrán consecuencias devastadoras en el desarrollo de esos chicos”, analiza la psicóloga infantil María Laura Giménez.
Esta práctica negativa y sistemática tiene consecuencias -físicas, psicológicas y sociales- que pueden manifestarse no solo en la niñez, sino proyectarse en el futuro.
Daños que provoca este síndrome
Ante una situación conflictiva en la pareja “puede darse que una de las partes tome como rehén -por decirle de alguna manera ejemplificadora- a su hijo y desacredite con fuertes acusasiones a la otra”, dice Giménez. Y agrega que, “muchas veces estos actos son conscientes, por lo tanto evitables. Lo que no es consciente, es el daño psicológico y emocional que se está generando en el niño”.
Algunos chicos sufren alteraciones psicofisiológicas, como sudoración excesiva (sobre todo cuando se enfrentan al padre alienado junto con aquel que ejerce de alienador), suelen respirar mal o en forma acelerada, aumento de palpitaciones. Otros presentan problemas para conciliar el sueño, mojan la cama, duermen más de lo debido. Existen aquellos que presentan trastornos en la alimentación.
“Esto ocurre como consecuencia del estrés y ansiedad que sufren, ya que es la manera que tienen de somatizar lo que les está pasando. No saben, o no pueden, poner en palabras aquello que los aqueja”, comenta la enfermera Mónica Álvarez.
“Según la prolongación en el tiempo y la intensidad de la alienación, puede llevar a que el chico sufra depresión crónica, incapacidad de funcionar en un ambiente psicosocial normal, trastornos de identidad y de imagen, desesperación, sentimientos incontrolables de culpabilidad, sentimientos de aislamiento, comportamientos de hostilidad, falta de organización y trastornos de personalidad”, afirma también González.
La violencia es otra manifestación. “Aquellas conductas agresivas hacia el padre alienado, o ante cualquier otra situación; el evitar el encuentro; inventar sentirse mal para no concretar la visita; sentirse protegido solamente por el progenitor con el que vive”, son también formas de reconocer a un niño víctima de SAP, comenta Giménez.
Es tal el conflicto entre adultos que terminan “arrojándose a sus propios hijos para ganar una batalla o para mantener las crías cerca y lejos del otro. Esto hace del SAP un claro ejemplo de maltrato infantil con fuerte contenido patológico”, agrega la psicóloga.
Un niño, para tener un buen desarrollo psicosocial, necesita figuras firmes y acogedoras; porque en ellas está todo aquello que necesita para el desarrollo de su personalidad. Y, como dice Virginia González: “el síndrome provoca en el niño un deterioro de la imagen que tiene del progenitor alienado, resultando de mucho menos valor sentimental o social que la que cualquier niño tiene y necesita de sus progenitores; es decir: no se sienten orgullosos de su padre, o de su madre, como los demás niños”.
Efectos sociales del SAP
Todos nacemos y crecemos en un contexto determinado. En él aprendemos a relacionarnos y por ello, quienes nos reciben en la vida y nos enseñan a vivir, cumplen un rol trascendental. De alguna manera, nos definen. Este primer vínculo (los padres), nos forma para aquellas relaciones cotidianas futuras. Ahora, si esta relación estuvo basada en el odio, rencor, persecución y acusasiones progresivas por parte de uno de los progenitores hacia el otro: ¿cómo será realmente el futuro de este niño?
Pues, en caso de permanecer este tipo de acciones destructivas, los chicos pueden manifestar sentimientos de carácter disfórico y ser proclives, en el futuro, a sufrir diversas enfermedades: “por su estado de vulnerabilidad y baja autoestima”, comenta Álvarez. Además de “correr el riesgo de transformar esta conducta en algo natural y reproducirlo en su vida adulta, haciendo el mismo daño del que fue víctima en su niñez, pero a sus descendientes”, añade la psicóloga.
Estos chicos crecen rodeados de sentimientos de rencor y odio lo que generará frustración, inseguridad y agresión. Pero, sobre todo, un rechazo hacia la figura alienada (sea mamá o papá); figura que ejerce un rol muy importante en el desarrollo psicológico de toda persona. “El niño pierde la idea de afecto, al estar alejado de su progenitor y encima recibir acusasiones en su contra. Y, con ese progenitor, se pierde el resto de los vínculos familiares”, dice Giménez. Esto acarrea el riesgo de no desarrollar lo más fielmente la relación de amor y afecto entre familia.
Otra cosa que puede ocurrir es la subordinación del menor, someterse a las órdenes y deseos de uno de los padres (al cual se cree leal), perdiendo -o no desarrollando- su capacidad de autonomía y autoestima. Ni hablar de las perturbaciones posteriores; tales como inseguridad, obsesión compulsiva hacia otras relaciones futuras (pareja, amistad), así como el temor al abandono, miedos y fobias, alteraciones alimenticias.
En presencia de estos signos, se debe planificar un tratamiento para toda la familia donde se trabajen aspectos emocionales, tanto del progenitor alienador como del progenitor alienado y, fundamentalmente, del niño; que es quien se encuentra más perjudicado de esta situación.
Esto, visto como una guerra entre adultos en conflicto, solo pone en riesgo a los niños que nada tienen que ver con la relación de pareja y que tanto necesitan a sus padres -separados o no- unidos en la crianza.
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